En 2004 fue instalada una gigantesca estatua de Jesucristo afuera de la Iglesia de Solid Rock, al sureste de Ohio. Como una especie de extraño coloso de mantequilla se levantaba su enorme figura para orgullo de la comunidad local. Sus dimensiones, mide cerca de 20 metros, hicieron que esta pieza conocida como “El Rey de Reyes” se convirtiera en una de las máximas referencias de esta ciudad. Sin embargo, este monumental ícono sacro sufrió de una embestida fulminante ayer en la noche: un relámpago la golpeó provocando que se incendiara por completo.
La estatua, hecha a base de plástico y fibra de vidrio, era conocida como el “Touchdown Jesus” por la forma en la que tenía los brazos levantados, en paralelo, hacia el cielo. Y obviamente no se han hecho esperar las interrelaciones apocalípticas que aseguran que este acto de la naturaleza se trata de una clara advertencia en contra de los desconcertados feligreses que asistían a la iglesia evangélica de Solid Rock, o quizá, por qué no, una advertencia para toda la humanidad. Pero más allá de las posibles interpretaciones sobre este espectacular suceso, lo que resulta indudable es el recordatorio de esta mítica frase: cenizas somos y cenizas seremos.
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