domingo, 18 de julio de 2010

Alerta: Guerra nuclear

Fidel Castro advierte sobre una posible invasión a Irán.


Poco antes de la finalización del Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010, Fidel Castro publicó dos artículos sucesivos que sorprendieron por la gravedad y determinación de sus advertencias. En ellos, evaluaba como muy elevada la posibilidad de un ataque inminente de Estados Unidos e Israel a la República Islámica de Irán.

Según el líder cubano, este ataque podría derivar rápida e inevitablemente en una guerra nuclear, de consecuencias y dinámica imprevisibles. Su aparición pública del 12 de julio de 2010 en la televisión cubana, la primera en cuatro años, giró sobre el mismo tema.

Fidel, célebre por su aguda capacidad aguda de análisis y su atenta observación de la política internacional, instaló nuevamente en la agenda global la preocupación por las intenciones de Washington y Tel Aviv respecto del país persa, al que acusan de intentar fabricar armas atómicas por un medio de un programa nuclear que según Teherán, tiene únicamente fines civiles y pacíficos.

La inquietud del líder cubano no se basa en meras especulaciones.

En junio de 2010, luego de meses de anuncios y laboriosa diplomacia estadounidense para convencer a Rusia y China, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó una cuarta y más dura ronda de sanciones contra Irán, alegando que esa nación se niega a permitir una inspección total de sus instalaciones nucleares. Las sanciones están orientadas a castigar económicamente a Irán, y sobre todo, a impedir que pueda adquirir armamento que le permita enfrentar un eventual ataque.

Pero además de las sanciones, hay otros datos objetivos: en marzo, Estados Unidos concentró en la isla Diego García un enorme stock de bombas rompe búnkers, imprescindibles para el objetivo de destruir los complejos de investigación nuclear que Teherán protege en construcciones subterráneas fortificadas. Este stock estaba destinado originalmente a Israel, y su desvío puede significar que el gobierno de Barack Obama no confía en la palabra del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu de que no lanzará un ataque unilateral contra Irán. Pero también podría significar que Washington evalúa seriamente la posibilidad de encabezar una eventual ofensiva.

Por otra parte, medios árabes y el diario israelí Haaretz informaron que un grupo de ataque de la Marina estadounidense integrado por el portaviones USS Truman y otras 11 naves de guerra, incluyendo al menos un barco de Israel cruzaron el Canal de Suez hacia el Mar Rojo, lo que se suma a otro grupo de barcos de guerra que el Pentágono ya tiene apostados en cercanías del estrecho de Ormuz, el paso estratégico por el que circula el 40 por ciento del petróleo mundial, y que Teherán amenazó con bloquear por completo en caso de ataque.

La Casa Blanca no se conformó con las sanciones aprobadas por la ONU: lanzó su propio paquete de medidas para intensificar la presión sobre Teherán, a través de una ley que penaliza a empresas y particulares que hagan negocios con la nación persa, particularmente en el área del petróleo refinado, un sector en el que Irán depende de las importaciones.

La petrolera británica BP, urgida de hacer buena letra con Washington luego del desastre del derrame de crudo en el Golfo de México, ya empezó a cumplir la exigencia, negándose a suministrar combustible a las líneas aéreas iraníes. También se sumaron al bloqueo la francesa Total y la holandesa Shell, lo que golpea a Irán, que importa al menos un 30 por ciento del combustible refinado que consume.

Pero no todas las empresas y países están dispuestos a resignar sus negocios y aceptar las demandas estadounidenses: petroleras chinas y turcas reemplazan los suministros de las europeas, y fuera de ese sector, varias compañías alemanas ya anunciaron que continuarán sus actividades comerciales con Irán. Rusia también tiene sus matices.

Aunque el Kremlin apoyó las sanciones en la ONU, y el presidente ruso Dimitri Medvedev advirtió que Irán estaría cerca de tener material para construir una bomba atómica, al mismo tiempo su ministro de energía anunció un amplio programa de cooperación bilateral en el campo de la industria petroquímica y el petróleo, lo que podría ayudar a Teherán a sortear las medidas económicas en su contra.

El confuso caso del científico nuclear iraní desaparecido durante una peregrinación en Arabia Saudita y reaparecido en Washington DC, en la Sección de Intereses Iraníes de la embajada de Pakistán, país que representa a Teherán en Estados Unidos, suma un elemento más a un panorama enrarecido. Las versiones van desde su secuestro por parte de la CIA a una defección del investigador a Occidente, sin llegarse a una explicación satisfactoria.

Por otro lado, los atentados suicidas producidos el jueves 15 de julio en la ciudad iraní de Zahedan, en los que murieron al menos 21 personas, incluyendo miembros de los Guardias Revolucionarios, indica que, como viene denunciando hace tiempo el periodista estadounidense Seçymour Hersh, grupos de operaciones especiales del Pentágono ya estarían actuando dentro de Irán, en apoyo de grupos rebeldes como Jundollah, de extracción sunnita y enfrentado a un gobierno eminentemente shiita, al que se adjudica este ataque.

La pregunta que corresponde hacer frente a este escenario de inminencia es si Irán tiene verdaderamente un programa nuclear secreto orientado a la fabricación de armas nucleares, como machacan sin cesar los medios internacionales.

Como ocurrió con la ficción de las armas de destrucción masiva de Irak, Estados Unidos y sus aliados invierten la carga de la prueba, mediante una lógica perversa pensada para no ser satisfecha jamás por el acusado, al mismo tiempo que permite a los acusadores justificar una eventual agresión.

No se trata de descubrir las supuestas evidencias de un programa secreto, lo que significaría una violación por parte de Teherán de los compromisos que asumió al firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear. Se pretende que Irán demuestre que no posee tal programa, es decir, que exhiba las evidencias de su inexistencia.

Esta demanda, imposible de cumplir en lo material, se refuerza además con un presupuesto paradójico: si el presunto programa nuclear iraní es secreto, ninguna evidencia presentada alcanzará para disipar las sospechas de que todavía hay algo que continúa escondido. Por lo tanto, Irán siempre será culpable de ocultar algo, y por lo tanto, merecedor del castigo de Occidente.

Esto sin contar con el doble rasero que domina toda la política de Medio Oriente: mientras a Irán y a otros países árabes se les exige sumisión al TNP, a Israel, que ni siquiera firmó el acuerdo de no proliferación y posee más allá de toda duda casi 300 cabezas nucleares, se le dice que “tiene derecho a tener armas atómicas”.

Con este marco conceptual, a Washington y Tel Aviv les bastará con fabricar unos cuantos “informes de inteligencia”, aliñados, como ya se hizo con Irak, para instalar adecuadamente la idea de que el país persa supone un peligro inminente, que sólo cesará una vez que se lo enfrente militarmente.

Como señaló Fidel, nadie puede asegurar que, una vez que se produzca una confrontación nuclear, otras potencias que poseen armas atómicas no se vean arrastradas a una contienda que podría volverse rápidamente global. Entre éstas, Corea del Norte, que no esperaría a ser tratada igual que Irán para zanjar su diferendo con el Sur. Y también podrían seguir ese camino India y Pakistán, enemigos irreconciliables y nuclearmente armados, lo que pondría al mundo a las puertas de una tercera guerra que podría ser, en esta escala, un conflicto terminal.

Visión Siete Internacional
Redacción: Francisco Ali-Brouchoud
Edición: Gastón Fedeli

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