Marcelo Cena |
Nunca pensé, nunca pensamos, que veríamos en carne propia uno de los acontecimientos históricos más importantes de nuestras vidas, en lo personal y laboral: el estallido social que terminó con el gobierno de Fernando De la Rúa y se llevó puesto al neo-liberalismo económico y político que inundó de desocupados, hambre y pobreza a la Argentina.
Nos paramos sobre la calle Bolívar y nos golpeó con fuerza los ruidos, mezcla de gritos y el sonar de todo tipo de elementos. Ruidos de carnaval -y la famosa cacerola- por todos lados, ruidos en las puertas, ventanas y en los balcones y de norte a sur gente, gente y más gente, pero fundamentalmente desde la avenida San Juan en dirección a la histórica Plaza, esa Plaza de Mayo que tantos protagonistas ha tenido, fundamentalmente al pueblo.
Nos miramos con Ariel y no lo dudamos. Había una sola dirección hacia dónde dirigirnos: hacia esa Plaza, casi empujados por la muchedumbre y a paso apurado.
La gente seguía saliendo por las laterales como a borbotones. Se apuraba el paso, con calor y con mucha transpiración, pero también se sentía desde bien adentro de las entrañas que algo muy importante estaba pasando: no sabíamos que asistiríamos a la movilización popular más importante después del 17 de octubre de 1945.
Nuestra llegada -y despedida de mis compañeros (porque nunca nos volvimos a ver en las próximas 48 horas)- fue algo impresionante, la mejor de las fotos, como la del ingreso al estadio de fútbol más grande del planeta...
Desde el centro de la plaza mirábamos gente, gente y más gente y de inmediato el grito que se desparramaba como polvo en toda la Plaza: "estado de sitio, De la Rúa anunció el estado de sitio", se gritaba a los cuatro vientos, y de inmediato el clásico "que se vaya De la Rúa" el que pocos minutos después se transformó en el histórico "que se vayan todos, que no quede ni uno solo."
Fuerte, muy fuerte el recuerdo en la memoria. Los olores y los gritos y las corridas. Parte de la historia... eramos observadores -y protagonistas a la vez- de la caída de un gobierno constitucional, con De la Rúa y Cavallo, sí con Cavallo al lado del sillón de Rivadavia en el gobierno aliancista; la caída de un gobierno y de un modelo de país y de economía, apañado y protegido por los hombres fuertes de los Estados Unidos, de Europa y por el FMI.
A los pocos minutos, no más allá de las 20, los primeros gases con pimienta se empezaron a escupir desde la vereda de la calle Balcarce; en 2001 no había rejas a los costados de la Casa Rosada. Comenzaron las corridas y el caos se apoderó de la Plaza de Mayo. Las comunicaciones con la redacción eran difíciles, todo ocupado...
Ya no estaba con mis compañeros de Télam. Estaba rodeado de ciento de miles de compatriotas con banderas argentinas, cacerolas, y todo tipo de elementos con los que se podía hacer ruido. Más gases...Desde las puertas de la Rosada ya se entonaba el Himno Nacional en forma desprolija con los brazos en alto, como quien demostraba no estar armado. También habían gritos: "¡Tomemos el gobierno! ". Otros tomaron unas vallas y las golpearon contra las puertas de Balcarce 24. La represión se daba desde el Cabildo hacia el bajo y viceversa. La gente corría para no se sabe dónde y aparecían las estrofas del himno de nuevo.
Llegaban noticias que frente al Congreso Nacional y en otras plazas porteñas la gente se autoconvocaba. Las Diagonales Sur y Norte parecían largas, muy largas, alfombras impregnadas de personas, como un gran hormiguero que se había despertado...
Gases. Más gases, la Policía Federal, camiones hidrantes, la montada a las corridas tratando de desocupar la Plaza y las avenidas. "Tápense la nariz y la boca con un pañuelo para no respirar el gas", fue la orden de un vecino que parecía saber de qué se trataba. Caos y palos, al gas no lo paraba nadie, a la gente tampoco. Se multiplicaban en paralelo actos y actitos en toda la Capital Federal, siempre con el Himno Nacional y el "que se vayan todos". Nadie controlaba nada...
La noche siguió con intensidad, pero con menos gente en las avenidas de la Ciudad.
El descontrol se había trasladado también a la redacción. Editores y cronistas que se cruzaban en las calles y con los teléfonos. Algunos salían con fotógrafo, otros -que había dejando de trabajar- regresaban para encaminar el trabajo con los redactores, dentro y fuera de Télam.
Como se recordará, después llegó el 20 de diciembre y con las primeras horas volvieron los manifestantes. Una mezcla de vecinos "por la libre" (sin identificación partidaria alguna); ahorristas, motoqueros por todos lados y algunas pocas organizaciones piqueteras de la época.
Otra jornada de gases en todo el centro de la Ciudad, más gente se sumaba en reclamo de la renuncia del Gobierno. Más policías, más gases y balas de goma y de plomo. Del otro lado, el pueblo con piedras en las manos...
Nueve años pasaron de aquellas largas jornadas del 19 y 20 de 2001, nueve años de la tragedia del 19 y 20 de diciembre de 2001 que dejó el saldo de un país en llamas, los saqueos... una Argentina partida en mil pedazos, con casi 40 hermanos asesinados en distintos puntos del país. Una Argentina que se había quedado sin país, pero con el pueblo en las calles. Es por esto que la memoria hay que mantenerla viva todos los días y saber de dónde venimos, siempre.
-- Marcelo Cena
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